por Antonio Argandoña
ALMO OPINION.- ¡Tantos años quejándonos de la inflación
alta, y ahora nos quejamos de que sea tan baja (0,3% el Índice de precios de
consumo en diciembre de 2013). Ayer me preguntaron en una televisión si ese
problema existía. Y dije que claro, todo es posible, pero que no me parecía un
problema importante.
Lo malo no es la deflación (la caída de precios), sino la
deflación con recesión. Es lógico que los precios caigan si la demanda cae, y
eso es lo que ha ocurrido en los últimos años. Los precios, además, caen con
retraso, de modo que primero viene la recesión y más tarde viene la deflación.
Si con esta no viene la recuperación de la demanda y de la producción, los
precios seguirán cayendo, y entonces el problema se hace grave. La clave está,
pues, en si 2014 verá una recuperación de la actividad económica. Porque si hay
más producción, aunque caigan los precios, las cosas irán mejor.
Hay otro factor importante, que es la reducción de los
costes y el aumento de la productividad, que es otra manera de decir que los
costes (por unidad de producto) bajan. Hemos asistido durante unos años a
moderación salarial y a grandes reducciones de plantilla, que mejoran la
competitividad y la rentabilidad de las empresas. Eso es lo que explica que la
producción haya tocado fondo y empiece a crecer. Y esto, de nuevo, no es malo.
La deflación es un mal grave cuando los tipos de interés
reales (nominales menos inflación, o sea, nominales más deflación) crecen, y
esto repercute negativamente en la capacidad de invertir y producir de las
empresas. Pero me parece que aunque veamos ahora tasas de inflación próximas a
cero, o incluso negativas algunos meses y para algunos productos, esto no va a
provocar la espiral deflación – deuda – depresión de que hablaba Irving Fisher
(depresión significa caída de precios, o sea, tipos de interés reales
negativos, que acentúa el coste de la deuda, lo que frenta la inversión y el
consumo, lo que vuelve a provocar otra ola de depresión…).
De todos modos, ya sabe el lector que los economistas somos
muy malos haciendo predicciones, sobre todo si son de futuro.
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