Por Robert A Sirico
En 2005 fui invitado a Roma por la BBC tras
la muerte de Juan Pablo II y el subsiguiente cónclave, en el que se
elegiría a Joseph Ratzinger como Benedicto XVI. El día que los cardenales
ingresaron en el cónclave estaba con el corresponsal de la BBC Brian Hanrahan
(fallecido en 2010) que no creía que el Colegio Cardenalicio eligiera a
Ratzinger, quien acababa de ofrecer la memorable homilía frente a los
cardenales en la que denunciaba la "dictadura del relativismo".
¿Puede una persona tan estrecha
de mente -me preguntaron- terminar siendo papa? Yo defendí que Ratzinger era
una persona bien conocida por cada uno de los cardenales y que era quien tenía
la mayor probabilidad de ser elegido. Comenté, sin embargo, que una
"versión más amigable" de Ratzinger también podría ser elegida y
especulé con que tal vez ésta podría ser "Bergoglio de Argentina".
Fallé por ocho años.
Inesperadamente, el año pasado,
me encontré nuevamente en Roma. El hombre que iba a aparecer en la Basílica de
San Pedro me era familiar. Sin embargo, este papa de muchas primicias (el
primero en tomar el nombre de Francisco, el primer jesuita, el primero del
continente americano) tenía preparadas muchas sorpresas propias. Para quienes
somos seguidores de la institución papal, Francisco nos ofrece una fuente
constante de material para la reflexión.
A los comentadores de los
últimos 30 años acostumbrados a explicar el significado de los densos textos
teológicos y filosóficos magisteriales, la simplicidad y la espontaneidad de
Francisco pueden causar algo de confusión. Mientras que su predecesor enseñó
empleando palabras precisas y matizados argumentos, Francisco habla con
valentía a través de gestos efectivos y emotivos. Un tierno abrazo a un hombre
deformado vale como una encíclica entera sobre el amor. Y en la era de
Internet, es accesible de inmediato para millones de personas.
No es una sorpresa que el
hombre que tomó como referente y nombre el modelo de il poverello d'Assisi haya
puesto a los pobres en el centro de su pontificado. Sin embargo, los gestos
espontáneos y la manera improvisada en que se manifiestan no deben llevarnos al
error de pensar que este papa está ofreciendo una dicotomía superflua entre
izquierda y derecha, entre capitalismo y socialismo. Creer que cualquier papa,
y este papa en particular, está inspirado por una ideología concreta en su
preocupación por los más vulnerables es errar por completo.
Francisco rechaza la idea de
que sólo el mercado puede satisfacer las necesidades humanas, pero también
denuncia "el asistencialismo" que crea dependencia en los pobres y
reduce el papel de la Iglesia al de una ONG como cualquier otra. La complejidad
de su pensamiento sorprende tanto a la derecha (algunos que se preocupan
innecesariamente creyendo que es un teólogo de la liberación) como a la
izquierda (a los que utilizan sus palabras para fomentar una "Revolución
Francisco" en su nombre). Esto revela la comprensión anémica que se tiene
de Francisco como persona, pero también del catolicismo, que históricamente ha
balanceado las tensiones de paradojas aparentes (lo divino y lo humano, la
Virginidad y la Maternidad, etc.). Es una tentación demasiado fácil reducir dos
mil años de tradición, de reflexión y de experiencia vivida a cuatro o cinco
frases impactantes y políticamente correctas, prioritarias para la agenda de
los propagandistas, pero no para la Iglesia.
Si se quiere entender lo que
piensa Francisco de los pobres sería bueno atender con mayor objetividad a la
Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium de la que tanto se ha hablado y
a la que tan poco se ha leído. Rápidamente se pone de manifiesto que esta
Exhortación es una extensión de una aguda percepción de Jorge Bergoglio cuando
era arzobispo de Buenos Aires: "No podemos responder con verdad al desafío
de erradicar la exclusión y la pobreza, si los pobres siguen siendo objetos,
destinatarios de la acción del Estado y de otras organizaciones en un sentido
paternalista y asistencialista, y no sujetos, donde el Estado y la sociedad
generan las condiciones sociales que promuevan y tutelen sus derechos y les
permitan ser constructores de su propio destino." (Conferencia Las deudas
sociales, 2009)
Encuentro dos desafíos
innovadores en estas palabras, que podrían suponer el inicio de un largo camino
para despolitizar el debate sobre la pobreza y la riqueza.
Imaginemos si todos los que
actualmente participan en el debate sobre estos temas se hicieran preguntas
tales como "¿qué cosas excluyen a los pobres del camino a la
prosperidad?", o "¿cómo sería una sociedad que dejara de ver a los
pobres como meros objetos de ayuda paternalista y los viera como artífices de
su propio destino?"
Los detalles respecto de
medidas concretas de acción política no están ni en el corazón ni en el alma de
la increíble atracción que despierta Francisco en las personas de todo el
mundo. No es su motivación política lo que nos conmueve cuando somos testigos
del modo en que asume y abraza la fragilidad humana.
De una manera monumental e
imprevista el papa Francisco está cambiando las cansadas conversaciones del
pasado y nos invita a comprometernos en el camino de sanación que desesperadamente
necesita nuestro mundo. Casi él solo está transformando el modo en que se mira
al catolicismo, no cambiando el catolicismo, sino recuperando muchas de las
ricas tradiciones que atesora y devolviéndolas al primer plano.
Su estrategia proviene de su
visión de la Iglesia, y no es algo secreto. Francisco ve a la Iglesia como un
hospital de campaña tras una batalla. "¡Qué inútil es preguntarle a un
herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas.
Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas...", dijo en
una entrevista con Antonio Spadaro SJ, en La Civiltà Cattolica).
Curar las heridas, sí. Y luego
despertar a la sociedad a la fuente más grande de todas: la persona humana. Ése
es el camino para salir de la pobreza.
FUENTE: The Detroit News; su autor es
presidente y cofundador del Acton Institute
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