OPINION Salvador Bernal. Las manifestaciones y protestas
contra el régimen de Nicolás Maduro se suceden a diario desde hace más de un
mes, a pesar de la dura represión: no presagian nada bueno. Casi todos los días
llegan noticias de muertos por disparos, en diversas ciudades del país, las
últimas en Mérida o san Cristóbal. Inquieta mucho la presencia de “colectivos”
–afines al Gobierno‑ que refuerzan la acción
de los cuerpos de seguridad del Estado. Según
cifras oficiales, desde el 12 de febrero han perdido la vida 34 personas, se
han producido más de 450 heridos, y se practicaron cerca de dos mil
detenciones, con 121 presos actualmente.
La represión de los opositores se consolida
con las decisiones de un poder judicial que perdió toda independencia con las
reformas de Chávez. Sólo así se comprende la detención y condena de algunos
alcaldes, acusados de no impedir la colocación de barricadas que se mantienen
en esos municipios desde hace más de un mes. O la actuación contra miembros de
la cúpula militar.
Un líder de la oposición,
Henrique Capriles, ha señalado una vez más que al presidente no le interesa ni
el diálogo ni que Venezuela se “despolarice”, con referencia expresa a las
detenciones de alcaldes: “El Gobierno dio una señal clara: que no quiere ni diálogo
ni quiere paz ni quiere que el país se despolarice sino todo lo contrario, lo
que quiere es la confrontación, está generando situaciones para que esa
confrontación continúe, se profundice”.
Sorprendentemente, como señala el 23 de marzo
Paulo A. Paranagua, enviado especial de Le Monde a Caracas, la oposición es
cada vez más fuerte a pesar de la represión, y de las acusaciones de Maduro
contra su “terrorismo, vandalismo y fascismo”. Crece la sensación de que es
preciso evitar el riesgo de la consolidación de una “dictadura a la cubana”,
especialmente por las actuaciones de los jueces, que según algunos abogados,
“bailan con la música ejecutada por el gobierno”. De hecho, el sábado 22 de
marzo hubo muy importantes movilizaciones contra el poder en doce de los
veintitrés Estados de Venezuela.
En una carta abierta enviada
desde su celda y leída a la multitud reunida en Caracas, Leopoldo López, otro
gran líder de la oposición, planteaba claramente a Nicolás Maduro que
dimitiera, para permitir a los chavistas y a sus oponentes comenzar juntos una
transición hacia una “verdadera democracia”. ¿Cómo no recordar en ese contexto,
a pesar de tantas diferencias, acciones que se produjeron en España en el
tardofranquismo? Algo semejante sucede hoy en Caracas: la fragilidad del
gobierno es compatible con la capacidad de seguir manteniendo el poder, quizá
por mucho tiempo. Pero tiene hoy menos recursos económicos para organizar las
grandes muestras de adhesión popular de los tiempos de Chávez.
Aunque resurge también en Europa,
no parece que el populismo aporte soluciones a largo plazo, sobre todo si se
mezcla, como en Venezuela, con planteamientos estatalizadores. De momento, la
experiencia no puede ser más negativa para un país con grandes riquezas
naturales. Algo semejante sucede en Bolivia, aunque en Ecuador, bajo la
presidencia de Rafael Correa desde 2007, la evolución ha sido más positiva.
En cambio, el chavismo de Maduro
ha acentuado las deficiencias económicas, sociales e institucionales. Con una
inflación del 56%, Venezuela se coloca en la cola de América. Desde su elección
en abril de 2013, por un margen estrecho de votos, ha ido radicalizándose en
vez de intentar estabilizar el país, con un mayor diálogo con la oposición.
Practica continuamente la desinformación desde el poder, hasta con protestas
contra la OTAN, que estudiaría cómo intervenir en Venezuela…
Los resultados de las elecciones
municipales de 2013 abonaban la oportunidad de tender la mano, y caminar hacia
la concertación. Pero el empecinamiento está abocando al país a una vía sin
salida, especialmente con la criminalización de protestas laborales o críticas
políticas.