lunes, 31 de marzo de 2014

La difícil salida de la inestabilidad en Venezuela

OPINION Salvador Bernal. Las manifestaciones y protestas contra el régimen de Nicolás Maduro se suceden a diario desde hace más de un mes, a pesar de la dura represión: no presagian nada bueno. Casi todos los días llegan noticias de muertos por disparos, en diversas ciudades del país, las últimas en Mérida o san Cristóbal. Inquieta mucho la presencia de “colectivos” –afines al Gobierno que refuerzan la acción de los cuerpos de seguridad del Estado. Según cifras oficiales, desde el 12 de febrero han perdido la vida 34 personas, se han producido más de 450 heridos, y se practicaron cerca de dos mil detenciones, con 121 presos actualmente.

 La represión de los opositores se consolida con las decisiones de un poder judicial que perdió toda independencia con las reformas de Chávez. Sólo así se comprende la detención y condena de algunos alcaldes, acusados de no impedir la colocación de barricadas que se mantienen en esos municipios desde hace más de un mes. O la actuación contra miembros de la cúpula militar.

Un líder de la oposición, Henrique Capriles, ha señalado una vez más que al presidente no le interesa ni el diálogo ni que Venezuela se “despolarice”, con referencia expresa a las detenciones de alcaldes: “El Gobierno dio una señal clara: que no quiere ni diálogo ni quiere paz ni quiere que el país se despolarice sino todo lo contrario, lo que quiere es la confrontación, está generando situaciones para que esa confrontación continúe, se profundice”.

 Sorprendentemente, como señala el 23 de marzo Paulo A. Paranagua, enviado especial de Le Monde a Caracas, la oposición es cada vez más fuerte a pesar de la represión, y de las acusaciones de Maduro contra su “terrorismo, vandalismo y fascismo”. Crece la sensación de que es preciso evitar el riesgo de la consolidación de una “dictadura a la cubana”, especialmente por las actuaciones de los jueces, que según algunos abogados, “bailan con la música ejecutada por el gobierno”. De hecho, el sábado 22 de marzo hubo muy importantes movilizaciones contra el poder en doce de los veintitrés Estados de Venezuela.

En una carta abierta enviada desde su celda y leída a la multitud reunida en Caracas, Leopoldo López, otro gran líder de la oposición, planteaba claramente a Nicolás Maduro que dimitiera, para permitir a los chavistas y a sus oponentes comenzar juntos una transición hacia una “verdadera democracia”. ¿Cómo no recordar en ese contexto, a pesar de tantas diferencias, acciones que se produjeron en España en el tardofranquismo? Algo semejante sucede hoy en Caracas: la fragilidad del gobierno es compatible con la capacidad de seguir manteniendo el poder, quizá por mucho tiempo. Pero tiene hoy menos recursos económicos para organizar las grandes muestras de adhesión popular de los tiempos de Chávez.

Aunque resurge también en Europa, no parece que el populismo aporte soluciones a largo plazo, sobre todo si se mezcla, como en Venezuela, con planteamientos estatalizadores. De momento, la experiencia no puede ser más negativa para un país con grandes riquezas naturales. Algo semejante sucede en Bolivia, aunque en Ecuador, bajo la presidencia de Rafael Correa desde 2007, la evolución ha sido más positiva.

En cambio, el chavismo de Maduro ha acentuado las deficiencias económicas, sociales e institucionales. Con una inflación del 56%, Venezuela se coloca en la cola de América. Desde su elección en abril de 2013, por un margen estrecho de votos, ha ido radicalizándose en vez de intentar estabilizar el país, con un mayor diálogo con la oposición. Practica continuamente la desinformación desde el poder, hasta con protestas contra la OTAN, que estudiaría cómo intervenir en Venezuela…


Los resultados de las elecciones municipales de 2013 abonaban la oportunidad de tender la mano, y caminar hacia la concertación. Pero el empecinamiento está abocando al país a una vía sin salida, especialmente con la criminalización de protestas laborales o críticas políticas.

jueves, 27 de marzo de 2014

Los líderes nacen y los hacen

Opinión PAULINA GAMUS.- 
El voto negativo de la mayoría de países representados en la Organización de Estados Americanos -OEA- para que la intervención de la diputada y líder venezolana María Corina Machado ocurriera en sesión pública, fue una de las más provechosas metidas de pata de la política exterior del gobierno de Nicolás Maduro. Más que analizar las razones que animaron a once países a votar a favor de la sesión pública resulta interesante explorar la de los 22 que votaron en contra. Están los aliados incondicionales del régimen venezolano como Ecuador, Bolivia, Argentina, Uruguay y Nicaragua y algunas islas del Caribe que han tenido un trato petrolero preferencial desde tiempos del finado Hugo Chávez. Pero también un país gigante que pretende convertirse en una suerte de imperio del Sur, como es Brasil. Su representante fue el más ácido al expresar su voto en contra de la sesión abierta diciendo que Brasil no se prestaría a un circo. Nada menos que el país presidido por una mujer víctima de persecuciones, torturas y prisión por parte de un régimen militar, como el que se va gestando en Venezuela. 

Pero es que Brasil ha sido escenario de multitudinarias manifestaciones que obligaron a Dilma Rousseff a dialogar y aplicar ciertos correctivos en la orientación de su gobierno. Como ese es el escenario de la Venezuela actual, llena de extremo a extremo de protestas anti gubernamentales, curarse en salud les resulta aconsejable a Brasil y a cualquiera de los otros países del continente, sobre todo aquellos en los que sus mandatarios resienten el peso de la libertad de prensa y buscan maneras de acallar a los medios de comunicación independientes, como lo ha hecho con enorme éxito el régimen socialista del siglo XXI.

Lo que nos ocupa realmente al escribir esta nota es el empeño, la tozudez de los gobiernos antidemocráticos de tropezar mil veces con la misma piedra. Si la sesión de la OEA hubiese sido pública, el discurso de María Corina Machado jamás habría tenido la repercusión y el impacto que tuvo la rueda de prensa que ofreció después y que millones de televidentes de Venezuela y del resto del continente pudieron ver gracias al canal CNN en español y a NTN24 de Colombia, eliminado de los canales por cable venezolanos por decisión del gobierno de Maduro. Así que por su torpeza, por su afán de censurar todo aquello que incomoda al gobierno, el lobby venezolano para que la mayoría en la OEA votara en contra de la diputada venezolana, la ha potenciado como una líder (no voy a llamarla lideresa) que trasciende las fronteras de su país.

¿Quién es María Corina Machado? ¿Por qué una joven mujer que pertenece a una familia de abolengo, de esas que el escritor y psiquiatra Francisco Herrera Luque catalogó como “los amos de Valle”, decide lanzarse al ruedo político en el peor y más turbulento momento de la historia contemporánea de Venezuela? ¿Cómo es que una niña educada para ser una ingeniera exitosa que siguiera la trayectoria empresarial de su padre y además una dama de la buena sociedad caraqueña, se expone con entereza a las agresiones del oficialismo chavomadurista que han pasado de lo verbal a lo físico con fractura de tabique nasal incluida? ¿Cómo es que una mujer refinada y de presencia frágil puede soportar sin soltar una lágrima, los insultos obscenos y públicos de un militarote patán y corrupto, disfrazado de civil e investido como presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela? No es fácil encontrar respuestas en un país en que la oligarquía, burguesía, clase alta, élite socioeconómica o como se la quiera llamar, siempre sintió profunda repugnancia por la política en tiempos de democracia partidista. Prefirió medrar con esos venezolanos de medio pelo que formaron partidos políticos y gobernaron el país entre 1958 y 1998. La oligarquía venezolana que nunca fue lo que ha sido por ejemplo, la colombiana, participó con entusiasmo en los gobiernos dictatoriales de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez pero siempre le hizo ascos a un partido de “patas en el suelo” como Acción Democrática y apenas mostró simpatías, pero sin involucrarse demasiado, por el socialcristiano Copei fundado por Rafael Caldera.

Lo cierto es que casi a la par de la llegada de Chávez al poder, aparece en escena el nombre de María Corina Machado, una mujer nacida en 1967, divorciada, con tres hijos, que funda la ONG Súmate, para ejercer control ciudadano sobre los procesos electorales siempre viciados que convocó el chavismo. Fue perseguida y acusada de ser un instrumento del Imperio yanqui. Un día fue recibida en audiencia por el presidente George W. Bush y eso desató las iras del anti imperialismo de utilería de un país que vive (ahora sobrevive) gracias a los dólares petroleros que nos suministra Estados Unidos de Norte América. Quiso ser candidata presidencial contra Hugo Chávez en octubre de 2012, no ganó las primarias que convocó la oposición. Se postuló entonces como diputada a la Asamblea Nacional y fue la más votada de todo el país, pero también la más insoportable para la mayoría oficialista. Un día se atrevió a increpar al mismo Chávez llamándole mentiroso en cadena nacional de radio y televisión; el semidiós perdió la compostura, no estaba acostumbrado a que alguien lo desnudara en público y menos una mujer, a las que él solía tratar con cursilería besucona de macho galante. Los insultos, anatemas, amenazas y agresiones de la cayapa oficialista no se hicieron esperar y así continuó su presencia parlamentaria como una piedra en el ojo del gobierno.

Cuando se iniciaron las protestas en el estado Táchira en febrero de este año, luego extendidas a todo el país, María Corina Machado fue culpada junto al líder y ex alcalde Leopoldo López, de ser instigadora de los actos de violencia que ya han provocado 30 muertos e incontables heridos y presos. El allanamiento de su inmunidad parlamentaria fue aprobado de manera expedita por los juristas del horror del régimen y se espera su pronta destitución del cargo de elección popular. Pero eso poco importa hoy cuando el mismo régimen la ha transformado en una figura conocida y reconocida a nivel internacional. Quienes leyeron la obra y vieron la película The Lady, basada en la vida de Aung San Suu Kyi, la heroína de Birmania, ahora Myanmar, podrán hacer una comparación, respetando todas las distancias, entre María Corina y esa admirable mujer a quien la persecución, el atropello del militarismo gobernante y la crueldad e injusticias, transformaron en una líder con enorme arrastre popular. 

Fueron sus perseguidores, carceleros y torturadores mentales quienes la elevaron a ese rango que le ha merecido el Premio Nobel de la Paz, el premio Sajarov a la Libertad de Pensamiento y, lo más impresionante para nuestros efectos, el Premio Internacional Simón Bolívar. Este premio instituido por el gobierno de Venezuela en 1983, con motivo del bicentenario del nacimiento de El Libertador, reconoce las luchas por la libertad, la democracia y los derechos humanos. Lo obtuvieron, además de Nelson Mandela y de Aung San Suu Kyi, el ex presidente checo Vaclav Havel y el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, ambos críticos implacables del régimen autoritario de Hugo Chávez y de su socialismo de siglo XXI. La última vez que el premio fue concedido, en 2004, se le otorgó a la fundación cultural de fachada cubano castrista, Casa de las Américas. Quizá alguien del oficialismo tuvo la inteligente iniciativa de suspenderlo para no tener que entregarlo a Muamar Gadafi, Robert Mugabe, Kim Jong-un, Vladimir Putin y sobre todo a Fidel Castro, los mejores amigos de la revolución bolivariana.

Fuente EL PAIS

martes, 11 de marzo de 2014

LA BRUTALIDAD FORMA PARTE DE LA IDENTIDAD TOTALITARIA



OPINION: Emilio J. Cárdenas Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas. 

En la monumental obra: “El Libro Negro del Comunismo”, que describe los crímenes, terror y represiones de los gobiernos comunistas, Stephane Courtois sostiene, con mucha razón, que existe una verdadera “dimensión criminal” del comunismo, que aparece con sólo contemplar como históricamente no ha vacilado en usar la fuerza para reprimir violentamente a su propio pueblo. Cada vez que lo creyó necesario.

 Por esto, lo que está ocurriendo en Venezuela no debiera sorprender realmente a nadie. Ni las muertes de civiles inocentes que protestaban pacíficamente. 

Ni las cobardes e inhumanas torturas a las que se sometiera a estudiantes de ambos sexos. Ni los numerosos presos políticos, que incluyen a dirigentes de la oposición y gremiales. Ni, por cierto, la abierta barbarie desplegada por los matones venezolanos a sueldo, con los que las autoridades procuran disimular lo que sucede y alejarse de asumir las responsabilidades del caso. Como lo acaba de denunciar pública y directamente la valiente Conferencia Episcopal de Venezuela que aglutina a los obispos católicos de ese país.

 Los auto-denominados “bolivarianos” están gravemente preocupados. Y no sin razón, después de haber sometido a Venezuela mediante el terror y las intimidaciones de todo tipo por espacio de 14 insufribles años, advierten que todo tiembla en un país devastado.

 Porque lo que ha sucedido en las calles de su país puede resumirse en que la gente ya perdió el miedo y, advirtiendo que está en juego el futuro de sus libertades esenciales, sigue saliendo a las calles, día tras día.
 En esto ha estado ya, corajudamente, por espacio de dos largas semanas. Estoica y heroicamente, a la vez. En total inferioridad de condiciones y sujeta a agresiones de todo tipo. Porque no quiere vivir en lo que percibe será mañana otro verdadero “apartheid” político, similar al de Cuba. Disfrazado probablemente de régimen de “partido único”, donde el que no entona el “discurso único”, sabe que simplemente no existe. Que no será tenido en cuenta y que, si habla, será demonizado e insultado y -como si todo eso fuera poco- terminará inexorablemente mal.

 Si miramos a Cuba, el panorama sobre lo que sucede en la colonizada Venezuela se aclara. Primero están los 15.000 fusilamientos dispuestos por Fidel Castro, por los que ha logrado vivir en la impunidad. Pocos los recuerdan. Menos aún son aquellos que le asignan responsabilidad alguna por lo sucedido. Como si nadie hubiera ejecutado esos crímenes, ni fuera responsable por ellos.

 Además está lo que sigue sucediendo. Cada vez más. Me refiero al uso creciente de grupos para-policiales, por cuyo accionar violento en rigor nadie es responsable. Hablamos de las llamadas “Brigadas de Respuesta Rápida” cubanas, que aparecieron en la década de los 80 y que siguen activas, con sus pistolas y palos, dependiendo del Ministerio del Interior.

 Con sus matones, que incluyen a ex delincuentes y a lo que nosotros llamaríamos las “barras bravas”. Con ellos se agrede -física y verbalmente- a la disidencia. Constantemente. Sin descanso. Cada vez que se cree que ello es conveniente o necesario para el régimen.

 Esos grupos -irregulares presuntamente- tuvieron que ver con las 6.400 detenciones arbitrarias que ocurrieron en Cuba durante el año 2013. La política de Raúl Castro es -queda visto- también violenta. Aunque algo distinta, quizás. Reprime con violencia singular, aunque quirúrgica. Con arrestos breves. Con agresiones físicas duras, pero cortas, que aparentemente procuran ahora no ser terminales. A lo que suma multas y sanciones pecuniarias contra gente sumergida en la pobreza que vive en la precariedad.

 En Cuba todos sienten indefensión y ese es precisamente el objetivo del régimen hereditario de los hermanos Castro. No otro. Aterrar es el objetivo central y permanente, resumido en esa sola palabra. Las indefensas “Damas de Blanco” (las esposas de los disidentes encarcelados) son uno de sus blancos constantes y preferidos. Lo que evidencia la singular cobardía que subyace a su injustificable accionar.

 La brutalidad ha sido exportada siempre por Cuba. Es de alguna manera parte de la “estrategia de seguridad” que Cuba sugiere a sus aliados y simpatizantes. Siempre. Porque sabe de su utilidad, por experiencia propia.


No caigamos entonces en el engaño torpe  de suponer que la brutalidad no forma parte esencial de la identidad totalitaria de los gobernantes que, con el nombre de comunistas u otro que sólo disimula su verdadera naturaleza, utilizan la violencia contra sus propios pueblos. Siempre. 

miércoles, 5 de marzo de 2014

¿POR QUE PERDIO CORREA?

CARLOS ALBERTO MONTANER .- Es posible que el Socialismo del Siglo XXI, sus vecinos ideológicos, y el circuito del ALBA estén de capa caída. Hay una cierta fatiga con el lenguaje tontiloco del chavismo. El péndulo se mueve en la otra dirección. El espectáculo venezolano, con los sangrientos atropellos de Maduro contra estudiantes desarmados, es demasiado repugnante.

 Antes le sucedió a Cristina Fernández en Argentina, a Manuel Zelaya en Honduras (quien sacrificó a su mujer  Xiomara Castro en las elecciones), a José María Villalta en Costa Rica, a López Obrador en México y a Aníbal Carrillo en Paraguay. Ese polvoriento discurso estatista, hecho de quejas y confrontaciones, ya no suele convencer, aunque todavía conserva su atractivo en algunos parajes indiferentes ante la experiencia.

 Son síntomas típicos de las sociedades con tendencias autodestructivas que practican alegremente la extraña costumbre de hacerse el harakiri. Es muy probable, por ejemplo, que una variante extrema del chavismo triunfe en El Salvador, donde el comunista Salvador Sánchez Cerén, ex guerrillero de línea dura, encabeza las encuestas para los comicios del próximo 9 de marzo, lo que augura una época de conflictos, turbulencias y retroceso económico en el país más pequeño de América Latina.

 En todo caso, Correa, el gobernante que más tiempo ha ocupado la casa presidencial de manera continuada en la historia de Ecuador, y el que más ha hecho crecer el gasto público aprovechándose de la bonanza petrolera, perdió 9 de las 10 ciudades más pobladas del país y la mayor parte de las prefecturas, como allá se les llama a las provincias. Entre las ciudades están Quito, la capital; Guayaquil, el corazón económico; y Cuenca, la tercera gran urbe del país. Eso es un mazazo electoral.

 ¿Por qué Correa perdió esas elecciones, al margen de la tendencia latinoamericana actual a desplazar al chavismo de las casas de gobierno? Casi todo el mundo le reconoce que ha hecho infraestructuras importantes, que se ha esforzado por mejorar la educación, y que ha tenido el coraje de enfrentarse al sindicato de maestros, a los ambientalistas y a los indigenistas cuando le ha tocado defender el interés general de los ecuatorianos. Eso no lo discuten.

 El problema es su carácter autoritario, su incapacidad para encajar las críticas, su trato áspero con quienes le contradicen, incluida una joven periodista que le hizo una pregunta incómoda en una rueda de prensa y la humilló públicamente llamándola “gordita horrorosa”. ¿Qué manera es ésa de tratar a una dama?

 Correa debe tener unos niveles estratosféricos de cortisol, la hormona del berrinche, del mal genio. (¿Por qué no le examinan las suprarrenales a ese hombre? A lo mejor es una cuestión sencilla de botica). Como Salvador Dalí, que todos los días se levantaba muy feliz de ser Salvador Dalí, Rafael Correa amanece tremendamente satisfecho de ser quién es, y no puede admitir que un caricaturista le gaste una broma o un articulista, con razón o sin ella, lo critique.

 En lugar de comportarse como un servidor público, seleccionado para cumplir y hacer cumplir las leyes, como corresponde a un ordenamiento republicano, Correa se jacta públicamente de desobedecer las reglas del Consejo Electoral y del Parlamento, porque le parecen “obsoletas”. ¿Por qué el ciudadano de a pie tiene que someterse a las leyes y el presidente está exento de esa obligación?

 Ya Correa explicó que, como había sido elegido Presidente, era, al mismo tiempo, el jefe del Poder Judicial y del Legislativo, de toda la nación. O sea, el déspota ilustrado, dueño de las instituciones, el tirano benévolo de la razón y el orden, que imponía su buen juicio en beneficio del pueblo, como aquellos monarcas del antiguo régimen felizmente desplazados por la democracia liberal tras las revoluciones del siglo XIX.


 Correa terminará su mandato en el 2017. Si no rectifica acabará siendo tremendamente impopular. Ya se le ve la oreja al lobo. Sería una pena.