OPINION: Emilio J.
Cárdenas Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
En la monumental obra: “El Libro
Negro del Comunismo”, que describe los crímenes, terror y represiones de los
gobiernos comunistas, Stephane Courtois sostiene, con mucha razón, que existe
una verdadera “dimensión criminal” del comunismo, que aparece con sólo
contemplar como históricamente no ha vacilado en usar la fuerza para reprimir
violentamente a su propio pueblo. Cada vez que lo creyó necesario.
Por esto, lo que está ocurriendo en Venezuela
no debiera sorprender realmente a nadie. Ni las muertes de civiles inocentes
que protestaban pacíficamente.
Ni las cobardes e inhumanas torturas a las que
se sometiera a estudiantes de ambos sexos. Ni los numerosos presos políticos,
que incluyen a dirigentes de la oposición y gremiales. Ni, por cierto, la
abierta barbarie desplegada por los matones venezolanos a sueldo, con los que
las autoridades procuran disimular lo que sucede y alejarse de asumir las responsabilidades
del caso. Como lo acaba de denunciar pública y directamente la valiente
Conferencia Episcopal de Venezuela que aglutina a los obispos católicos de ese
país.
Los auto-denominados “bolivarianos” están
gravemente preocupados. Y no sin razón, después de haber sometido a Venezuela
mediante el terror y las intimidaciones de todo tipo por espacio de 14
insufribles años, advierten que todo tiembla en un país devastado.
Porque lo que ha sucedido en las calles de su
país puede resumirse en que la gente ya perdió el miedo y, advirtiendo que está
en juego el futuro de sus libertades esenciales, sigue saliendo a las calles,
día tras día.
En esto ha estado ya, corajudamente, por
espacio de dos largas semanas. Estoica y heroicamente, a la vez. En total inferioridad
de condiciones y sujeta a agresiones de todo tipo. Porque no quiere vivir en lo
que percibe será mañana otro verdadero “apartheid” político, similar al de
Cuba. Disfrazado probablemente de régimen de “partido único”, donde el que no
entona el “discurso único”, sabe que simplemente no existe. Que no será tenido
en cuenta y que, si habla, será demonizado e insultado y -como si todo eso
fuera poco- terminará inexorablemente mal.
Si miramos a Cuba, el panorama sobre lo que
sucede en la colonizada Venezuela se aclara. Primero están los 15.000
fusilamientos dispuestos por Fidel Castro, por los que ha logrado vivir en la
impunidad. Pocos los recuerdan. Menos aún son aquellos que le asignan
responsabilidad alguna por lo sucedido. Como si nadie hubiera ejecutado esos
crímenes, ni fuera responsable por ellos.
Además está lo que sigue sucediendo. Cada vez
más. Me refiero al uso creciente de grupos para-policiales, por cuyo accionar
violento en rigor nadie es responsable. Hablamos de las llamadas “Brigadas de
Respuesta Rápida” cubanas, que aparecieron en la década de los 80 y que siguen
activas, con sus pistolas y palos, dependiendo del Ministerio del Interior.
Con sus matones, que incluyen a ex
delincuentes y a lo que nosotros llamaríamos las “barras bravas”. Con ellos se
agrede -física y verbalmente- a la disidencia. Constantemente. Sin descanso.
Cada vez que se cree que ello es conveniente o necesario para el régimen.
Esos grupos -irregulares presuntamente-
tuvieron que ver con las 6.400 detenciones arbitrarias que ocurrieron en Cuba
durante el año 2013. La política de Raúl Castro es -queda visto- también
violenta. Aunque algo distinta, quizás. Reprime con violencia singular, aunque
quirúrgica. Con arrestos breves. Con agresiones físicas duras, pero cortas, que
aparentemente procuran ahora no ser terminales. A lo que suma multas y
sanciones pecuniarias contra gente sumergida en la pobreza que vive en la
precariedad.
En Cuba todos sienten indefensión y ese es
precisamente el objetivo del régimen hereditario de los hermanos Castro. No
otro. Aterrar es el objetivo central y permanente, resumido en esa sola
palabra. Las indefensas “Damas de Blanco” (las esposas de los disidentes
encarcelados) son uno de sus blancos constantes y preferidos. Lo que evidencia la
singular cobardía que subyace a su injustificable accionar.
La brutalidad ha sido exportada siempre por
Cuba. Es de alguna manera parte de la “estrategia de seguridad” que Cuba
sugiere a sus aliados y simpatizantes. Siempre. Porque sabe de su utilidad, por
experiencia propia.
No caigamos entonces en el engaño torpe de suponer que la brutalidad no forma parte
esencial de la identidad totalitaria de los gobernantes que, con el nombre de
comunistas u otro que sólo disimula su verdadera naturaleza, utilizan la
violencia contra sus propios pueblos. Siempre.
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