sábado, 19 de abril de 2014

La soledad de América Latina


Discurso íntegro que Gabriel García Márquez dio al recibir el Premio Nobel de Literatura, en 1982

Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.
La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.
Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.
De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América Latina, tendría una población más numerosa que Noruega.
Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.
No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.
América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.
No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.
Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: «Me niego a admitir el fin del hombre». No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.
Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.
Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.
En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía.

Muchas gracias.

lunes, 7 de abril de 2014

HISTORIAS: Papá ¿por qué tengo que hacerme la cama?


HISTORIAS: Carlos Chiclana.
Podría decirle: te la haces y punto, porque lo digo yo, porque son las normas de casa, porque es una cuestión de orden.

Podría decirle: te la haces y punto, porque lo digo yo, porque son las normas de casa, porque es una cuestión de orden. Sin embargo se quedó pensativo. Se le iluminó la cara. Iba a explicarle algo muy importante para toda su vida.

La cama no es un lugar cualquiera. No es una estancia indiferente. Se sentó con él frente a frente. Como se habla cuando quieres comunicarte. Mírame hijo. Tú empezaste a ser sobre una cama. También naciste en una. Es donde empezamos el día y es donde lo terminamos. Casi un tercio de tu vida la vas a pasar ahí dentro.

Se acordó de aquella directiva de una gran empresa que le pidió que fuera su coach. En una de las sesiones, quizá distraído con un recuerdo activado por el perfume de ella, le preguntó a bocajarro "¿usted se hace la cama?" Ella tardó casi un minuto en responder que no. Fue un punto de inflexión en la carrera de esa persona.

Pero papá, ¿para qué hacerla si luego volverá a deshacerse? Para que seas tú el que la deshaga. Quizá sea una de las máximas expresiones de la libertad en el mundo occidental, pensaba el padre. No le confesó que a veces se había hecho la cama en un buen hotel de cinco estrellas. Manías liberales. O quizá la costumbre de cuidar de sí mismo.

Si la haces a conciencia, bien ventilada, estirada, pensando en ti, puede que estés haciendo algo más que colocar unas telas sobre un colchón. Hijo, cuando yo me levanto voy a vivir. Soy yo el que sale de la cama para hacer mi vida ese día. Me siento digno de ser servido, respetado, cuidado y amado por mí. Preparo mi descanso a la vuelta. Yo cuido de mi. Yo me sirvo a mi mismo con el interés de estar preparado para servir a los demás.

Su hijo le miraba raro. Quizá lo estaba contando demasiado bonito. La épica de hacerse la cama. A él también le costaba cierto esfuerzo y ponía voluntad. No siempre se la había hecho. Si te haces la cama habitualmente entenderás qué significa que te la hagan en tu propia casa o cuando estás enfermo, cuando estás de visita o cuando pagas porque te la hagan.

Recordó aquellos días que la había hecho solo unos minutos antes de acostarse. Quizá no fue un buen día y aun estuvo a tiempo de dedicarse un rato, de invertir en su felicidad y bienestar.  Si tú te haces tu cama aprenderás también a no hacerla y a dejarla revuelta cuando hay otras prioridades: es solo una cama. No seas maniático.

Cuando estás haciéndote la cama significa que estás en casa. En tu casa, en tu hogar.     Hijo, verás que en las películas nadie se hace la cama. Son vidas de otros. Actores. Si yo fuera actor nunca aceptaría un papel en el que hubiera que hacer la cama. Ni exigencias del guion ni nada. La vida no es una película donde corre el tiempo. La vida es un presente continuo.

Cuando estás en el trabajo te acuerdas de tu cama en casa. Hecha por ti. Si has podido hacerte la cama cuando ni el sol se atrevía a salir a la calle ¿no vas poder con ese asunto que parece que se te atraganta?
En la cama llorarás y te servirá de refugio muchas veces. ¡Cuántos asuntos los resolverás en la cama! Reflexión, amor, sueños. No es con la almohada con quien se consulta lo que necesita ser dormido, es con la cama. Te acogerá en la enfermedad, reparará heridas.

Ahora es tu casita, donde lees por las noches con la linternita, donde juegas y saltas cuando no te veo, donde te escondes cuando tienes miedo, donde te beso y achucho antes de que te duermas, donde te cuento historias que parecen inventadas pero son la vida que adivino en el brillo de tus ojos, donde te animo cada mañana, donde te cuido cuando estás malo, donde lloras cuando te castigo.


Y así será toda tu vida. Cuídate en la cama. Te podría engañar diciéndote que es una cuestión de esfuerzo, disciplina o diligencia. No es así. Es una cuestión de amor a uno mismo. Una siembra en lo hondo de tu corazón. Sólo desde ahí podrás levantarte cada día con ánimo para ser tú.

lunes, 31 de marzo de 2014

La difícil salida de la inestabilidad en Venezuela

OPINION Salvador Bernal. Las manifestaciones y protestas contra el régimen de Nicolás Maduro se suceden a diario desde hace más de un mes, a pesar de la dura represión: no presagian nada bueno. Casi todos los días llegan noticias de muertos por disparos, en diversas ciudades del país, las últimas en Mérida o san Cristóbal. Inquieta mucho la presencia de “colectivos” –afines al Gobierno que refuerzan la acción de los cuerpos de seguridad del Estado. Según cifras oficiales, desde el 12 de febrero han perdido la vida 34 personas, se han producido más de 450 heridos, y se practicaron cerca de dos mil detenciones, con 121 presos actualmente.

 La represión de los opositores se consolida con las decisiones de un poder judicial que perdió toda independencia con las reformas de Chávez. Sólo así se comprende la detención y condena de algunos alcaldes, acusados de no impedir la colocación de barricadas que se mantienen en esos municipios desde hace más de un mes. O la actuación contra miembros de la cúpula militar.

Un líder de la oposición, Henrique Capriles, ha señalado una vez más que al presidente no le interesa ni el diálogo ni que Venezuela se “despolarice”, con referencia expresa a las detenciones de alcaldes: “El Gobierno dio una señal clara: que no quiere ni diálogo ni quiere paz ni quiere que el país se despolarice sino todo lo contrario, lo que quiere es la confrontación, está generando situaciones para que esa confrontación continúe, se profundice”.

 Sorprendentemente, como señala el 23 de marzo Paulo A. Paranagua, enviado especial de Le Monde a Caracas, la oposición es cada vez más fuerte a pesar de la represión, y de las acusaciones de Maduro contra su “terrorismo, vandalismo y fascismo”. Crece la sensación de que es preciso evitar el riesgo de la consolidación de una “dictadura a la cubana”, especialmente por las actuaciones de los jueces, que según algunos abogados, “bailan con la música ejecutada por el gobierno”. De hecho, el sábado 22 de marzo hubo muy importantes movilizaciones contra el poder en doce de los veintitrés Estados de Venezuela.

En una carta abierta enviada desde su celda y leída a la multitud reunida en Caracas, Leopoldo López, otro gran líder de la oposición, planteaba claramente a Nicolás Maduro que dimitiera, para permitir a los chavistas y a sus oponentes comenzar juntos una transición hacia una “verdadera democracia”. ¿Cómo no recordar en ese contexto, a pesar de tantas diferencias, acciones que se produjeron en España en el tardofranquismo? Algo semejante sucede hoy en Caracas: la fragilidad del gobierno es compatible con la capacidad de seguir manteniendo el poder, quizá por mucho tiempo. Pero tiene hoy menos recursos económicos para organizar las grandes muestras de adhesión popular de los tiempos de Chávez.

Aunque resurge también en Europa, no parece que el populismo aporte soluciones a largo plazo, sobre todo si se mezcla, como en Venezuela, con planteamientos estatalizadores. De momento, la experiencia no puede ser más negativa para un país con grandes riquezas naturales. Algo semejante sucede en Bolivia, aunque en Ecuador, bajo la presidencia de Rafael Correa desde 2007, la evolución ha sido más positiva.

En cambio, el chavismo de Maduro ha acentuado las deficiencias económicas, sociales e institucionales. Con una inflación del 56%, Venezuela se coloca en la cola de América. Desde su elección en abril de 2013, por un margen estrecho de votos, ha ido radicalizándose en vez de intentar estabilizar el país, con un mayor diálogo con la oposición. Practica continuamente la desinformación desde el poder, hasta con protestas contra la OTAN, que estudiaría cómo intervenir en Venezuela…


Los resultados de las elecciones municipales de 2013 abonaban la oportunidad de tender la mano, y caminar hacia la concertación. Pero el empecinamiento está abocando al país a una vía sin salida, especialmente con la criminalización de protestas laborales o críticas políticas.

jueves, 27 de marzo de 2014

Los líderes nacen y los hacen

Opinión PAULINA GAMUS.- 
El voto negativo de la mayoría de países representados en la Organización de Estados Americanos -OEA- para que la intervención de la diputada y líder venezolana María Corina Machado ocurriera en sesión pública, fue una de las más provechosas metidas de pata de la política exterior del gobierno de Nicolás Maduro. Más que analizar las razones que animaron a once países a votar a favor de la sesión pública resulta interesante explorar la de los 22 que votaron en contra. Están los aliados incondicionales del régimen venezolano como Ecuador, Bolivia, Argentina, Uruguay y Nicaragua y algunas islas del Caribe que han tenido un trato petrolero preferencial desde tiempos del finado Hugo Chávez. Pero también un país gigante que pretende convertirse en una suerte de imperio del Sur, como es Brasil. Su representante fue el más ácido al expresar su voto en contra de la sesión abierta diciendo que Brasil no se prestaría a un circo. Nada menos que el país presidido por una mujer víctima de persecuciones, torturas y prisión por parte de un régimen militar, como el que se va gestando en Venezuela. 

Pero es que Brasil ha sido escenario de multitudinarias manifestaciones que obligaron a Dilma Rousseff a dialogar y aplicar ciertos correctivos en la orientación de su gobierno. Como ese es el escenario de la Venezuela actual, llena de extremo a extremo de protestas anti gubernamentales, curarse en salud les resulta aconsejable a Brasil y a cualquiera de los otros países del continente, sobre todo aquellos en los que sus mandatarios resienten el peso de la libertad de prensa y buscan maneras de acallar a los medios de comunicación independientes, como lo ha hecho con enorme éxito el régimen socialista del siglo XXI.

Lo que nos ocupa realmente al escribir esta nota es el empeño, la tozudez de los gobiernos antidemocráticos de tropezar mil veces con la misma piedra. Si la sesión de la OEA hubiese sido pública, el discurso de María Corina Machado jamás habría tenido la repercusión y el impacto que tuvo la rueda de prensa que ofreció después y que millones de televidentes de Venezuela y del resto del continente pudieron ver gracias al canal CNN en español y a NTN24 de Colombia, eliminado de los canales por cable venezolanos por decisión del gobierno de Maduro. Así que por su torpeza, por su afán de censurar todo aquello que incomoda al gobierno, el lobby venezolano para que la mayoría en la OEA votara en contra de la diputada venezolana, la ha potenciado como una líder (no voy a llamarla lideresa) que trasciende las fronteras de su país.

¿Quién es María Corina Machado? ¿Por qué una joven mujer que pertenece a una familia de abolengo, de esas que el escritor y psiquiatra Francisco Herrera Luque catalogó como “los amos de Valle”, decide lanzarse al ruedo político en el peor y más turbulento momento de la historia contemporánea de Venezuela? ¿Cómo es que una niña educada para ser una ingeniera exitosa que siguiera la trayectoria empresarial de su padre y además una dama de la buena sociedad caraqueña, se expone con entereza a las agresiones del oficialismo chavomadurista que han pasado de lo verbal a lo físico con fractura de tabique nasal incluida? ¿Cómo es que una mujer refinada y de presencia frágil puede soportar sin soltar una lágrima, los insultos obscenos y públicos de un militarote patán y corrupto, disfrazado de civil e investido como presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela? No es fácil encontrar respuestas en un país en que la oligarquía, burguesía, clase alta, élite socioeconómica o como se la quiera llamar, siempre sintió profunda repugnancia por la política en tiempos de democracia partidista. Prefirió medrar con esos venezolanos de medio pelo que formaron partidos políticos y gobernaron el país entre 1958 y 1998. La oligarquía venezolana que nunca fue lo que ha sido por ejemplo, la colombiana, participó con entusiasmo en los gobiernos dictatoriales de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez pero siempre le hizo ascos a un partido de “patas en el suelo” como Acción Democrática y apenas mostró simpatías, pero sin involucrarse demasiado, por el socialcristiano Copei fundado por Rafael Caldera.

Lo cierto es que casi a la par de la llegada de Chávez al poder, aparece en escena el nombre de María Corina Machado, una mujer nacida en 1967, divorciada, con tres hijos, que funda la ONG Súmate, para ejercer control ciudadano sobre los procesos electorales siempre viciados que convocó el chavismo. Fue perseguida y acusada de ser un instrumento del Imperio yanqui. Un día fue recibida en audiencia por el presidente George W. Bush y eso desató las iras del anti imperialismo de utilería de un país que vive (ahora sobrevive) gracias a los dólares petroleros que nos suministra Estados Unidos de Norte América. Quiso ser candidata presidencial contra Hugo Chávez en octubre de 2012, no ganó las primarias que convocó la oposición. Se postuló entonces como diputada a la Asamblea Nacional y fue la más votada de todo el país, pero también la más insoportable para la mayoría oficialista. Un día se atrevió a increpar al mismo Chávez llamándole mentiroso en cadena nacional de radio y televisión; el semidiós perdió la compostura, no estaba acostumbrado a que alguien lo desnudara en público y menos una mujer, a las que él solía tratar con cursilería besucona de macho galante. Los insultos, anatemas, amenazas y agresiones de la cayapa oficialista no se hicieron esperar y así continuó su presencia parlamentaria como una piedra en el ojo del gobierno.

Cuando se iniciaron las protestas en el estado Táchira en febrero de este año, luego extendidas a todo el país, María Corina Machado fue culpada junto al líder y ex alcalde Leopoldo López, de ser instigadora de los actos de violencia que ya han provocado 30 muertos e incontables heridos y presos. El allanamiento de su inmunidad parlamentaria fue aprobado de manera expedita por los juristas del horror del régimen y se espera su pronta destitución del cargo de elección popular. Pero eso poco importa hoy cuando el mismo régimen la ha transformado en una figura conocida y reconocida a nivel internacional. Quienes leyeron la obra y vieron la película The Lady, basada en la vida de Aung San Suu Kyi, la heroína de Birmania, ahora Myanmar, podrán hacer una comparación, respetando todas las distancias, entre María Corina y esa admirable mujer a quien la persecución, el atropello del militarismo gobernante y la crueldad e injusticias, transformaron en una líder con enorme arrastre popular. 

Fueron sus perseguidores, carceleros y torturadores mentales quienes la elevaron a ese rango que le ha merecido el Premio Nobel de la Paz, el premio Sajarov a la Libertad de Pensamiento y, lo más impresionante para nuestros efectos, el Premio Internacional Simón Bolívar. Este premio instituido por el gobierno de Venezuela en 1983, con motivo del bicentenario del nacimiento de El Libertador, reconoce las luchas por la libertad, la democracia y los derechos humanos. Lo obtuvieron, además de Nelson Mandela y de Aung San Suu Kyi, el ex presidente checo Vaclav Havel y el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, ambos críticos implacables del régimen autoritario de Hugo Chávez y de su socialismo de siglo XXI. La última vez que el premio fue concedido, en 2004, se le otorgó a la fundación cultural de fachada cubano castrista, Casa de las Américas. Quizá alguien del oficialismo tuvo la inteligente iniciativa de suspenderlo para no tener que entregarlo a Muamar Gadafi, Robert Mugabe, Kim Jong-un, Vladimir Putin y sobre todo a Fidel Castro, los mejores amigos de la revolución bolivariana.

Fuente EL PAIS

martes, 11 de marzo de 2014

LA BRUTALIDAD FORMA PARTE DE LA IDENTIDAD TOTALITARIA



OPINION: Emilio J. Cárdenas Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas. 

En la monumental obra: “El Libro Negro del Comunismo”, que describe los crímenes, terror y represiones de los gobiernos comunistas, Stephane Courtois sostiene, con mucha razón, que existe una verdadera “dimensión criminal” del comunismo, que aparece con sólo contemplar como históricamente no ha vacilado en usar la fuerza para reprimir violentamente a su propio pueblo. Cada vez que lo creyó necesario.

 Por esto, lo que está ocurriendo en Venezuela no debiera sorprender realmente a nadie. Ni las muertes de civiles inocentes que protestaban pacíficamente. 

Ni las cobardes e inhumanas torturas a las que se sometiera a estudiantes de ambos sexos. Ni los numerosos presos políticos, que incluyen a dirigentes de la oposición y gremiales. Ni, por cierto, la abierta barbarie desplegada por los matones venezolanos a sueldo, con los que las autoridades procuran disimular lo que sucede y alejarse de asumir las responsabilidades del caso. Como lo acaba de denunciar pública y directamente la valiente Conferencia Episcopal de Venezuela que aglutina a los obispos católicos de ese país.

 Los auto-denominados “bolivarianos” están gravemente preocupados. Y no sin razón, después de haber sometido a Venezuela mediante el terror y las intimidaciones de todo tipo por espacio de 14 insufribles años, advierten que todo tiembla en un país devastado.

 Porque lo que ha sucedido en las calles de su país puede resumirse en que la gente ya perdió el miedo y, advirtiendo que está en juego el futuro de sus libertades esenciales, sigue saliendo a las calles, día tras día.
 En esto ha estado ya, corajudamente, por espacio de dos largas semanas. Estoica y heroicamente, a la vez. En total inferioridad de condiciones y sujeta a agresiones de todo tipo. Porque no quiere vivir en lo que percibe será mañana otro verdadero “apartheid” político, similar al de Cuba. Disfrazado probablemente de régimen de “partido único”, donde el que no entona el “discurso único”, sabe que simplemente no existe. Que no será tenido en cuenta y que, si habla, será demonizado e insultado y -como si todo eso fuera poco- terminará inexorablemente mal.

 Si miramos a Cuba, el panorama sobre lo que sucede en la colonizada Venezuela se aclara. Primero están los 15.000 fusilamientos dispuestos por Fidel Castro, por los que ha logrado vivir en la impunidad. Pocos los recuerdan. Menos aún son aquellos que le asignan responsabilidad alguna por lo sucedido. Como si nadie hubiera ejecutado esos crímenes, ni fuera responsable por ellos.

 Además está lo que sigue sucediendo. Cada vez más. Me refiero al uso creciente de grupos para-policiales, por cuyo accionar violento en rigor nadie es responsable. Hablamos de las llamadas “Brigadas de Respuesta Rápida” cubanas, que aparecieron en la década de los 80 y que siguen activas, con sus pistolas y palos, dependiendo del Ministerio del Interior.

 Con sus matones, que incluyen a ex delincuentes y a lo que nosotros llamaríamos las “barras bravas”. Con ellos se agrede -física y verbalmente- a la disidencia. Constantemente. Sin descanso. Cada vez que se cree que ello es conveniente o necesario para el régimen.

 Esos grupos -irregulares presuntamente- tuvieron que ver con las 6.400 detenciones arbitrarias que ocurrieron en Cuba durante el año 2013. La política de Raúl Castro es -queda visto- también violenta. Aunque algo distinta, quizás. Reprime con violencia singular, aunque quirúrgica. Con arrestos breves. Con agresiones físicas duras, pero cortas, que aparentemente procuran ahora no ser terminales. A lo que suma multas y sanciones pecuniarias contra gente sumergida en la pobreza que vive en la precariedad.

 En Cuba todos sienten indefensión y ese es precisamente el objetivo del régimen hereditario de los hermanos Castro. No otro. Aterrar es el objetivo central y permanente, resumido en esa sola palabra. Las indefensas “Damas de Blanco” (las esposas de los disidentes encarcelados) son uno de sus blancos constantes y preferidos. Lo que evidencia la singular cobardía que subyace a su injustificable accionar.

 La brutalidad ha sido exportada siempre por Cuba. Es de alguna manera parte de la “estrategia de seguridad” que Cuba sugiere a sus aliados y simpatizantes. Siempre. Porque sabe de su utilidad, por experiencia propia.


No caigamos entonces en el engaño torpe  de suponer que la brutalidad no forma parte esencial de la identidad totalitaria de los gobernantes que, con el nombre de comunistas u otro que sólo disimula su verdadera naturaleza, utilizan la violencia contra sus propios pueblos. Siempre. 

miércoles, 5 de marzo de 2014

¿POR QUE PERDIO CORREA?

CARLOS ALBERTO MONTANER .- Es posible que el Socialismo del Siglo XXI, sus vecinos ideológicos, y el circuito del ALBA estén de capa caída. Hay una cierta fatiga con el lenguaje tontiloco del chavismo. El péndulo se mueve en la otra dirección. El espectáculo venezolano, con los sangrientos atropellos de Maduro contra estudiantes desarmados, es demasiado repugnante.

 Antes le sucedió a Cristina Fernández en Argentina, a Manuel Zelaya en Honduras (quien sacrificó a su mujer  Xiomara Castro en las elecciones), a José María Villalta en Costa Rica, a López Obrador en México y a Aníbal Carrillo en Paraguay. Ese polvoriento discurso estatista, hecho de quejas y confrontaciones, ya no suele convencer, aunque todavía conserva su atractivo en algunos parajes indiferentes ante la experiencia.

 Son síntomas típicos de las sociedades con tendencias autodestructivas que practican alegremente la extraña costumbre de hacerse el harakiri. Es muy probable, por ejemplo, que una variante extrema del chavismo triunfe en El Salvador, donde el comunista Salvador Sánchez Cerén, ex guerrillero de línea dura, encabeza las encuestas para los comicios del próximo 9 de marzo, lo que augura una época de conflictos, turbulencias y retroceso económico en el país más pequeño de América Latina.

 En todo caso, Correa, el gobernante que más tiempo ha ocupado la casa presidencial de manera continuada en la historia de Ecuador, y el que más ha hecho crecer el gasto público aprovechándose de la bonanza petrolera, perdió 9 de las 10 ciudades más pobladas del país y la mayor parte de las prefecturas, como allá se les llama a las provincias. Entre las ciudades están Quito, la capital; Guayaquil, el corazón económico; y Cuenca, la tercera gran urbe del país. Eso es un mazazo electoral.

 ¿Por qué Correa perdió esas elecciones, al margen de la tendencia latinoamericana actual a desplazar al chavismo de las casas de gobierno? Casi todo el mundo le reconoce que ha hecho infraestructuras importantes, que se ha esforzado por mejorar la educación, y que ha tenido el coraje de enfrentarse al sindicato de maestros, a los ambientalistas y a los indigenistas cuando le ha tocado defender el interés general de los ecuatorianos. Eso no lo discuten.

 El problema es su carácter autoritario, su incapacidad para encajar las críticas, su trato áspero con quienes le contradicen, incluida una joven periodista que le hizo una pregunta incómoda en una rueda de prensa y la humilló públicamente llamándola “gordita horrorosa”. ¿Qué manera es ésa de tratar a una dama?

 Correa debe tener unos niveles estratosféricos de cortisol, la hormona del berrinche, del mal genio. (¿Por qué no le examinan las suprarrenales a ese hombre? A lo mejor es una cuestión sencilla de botica). Como Salvador Dalí, que todos los días se levantaba muy feliz de ser Salvador Dalí, Rafael Correa amanece tremendamente satisfecho de ser quién es, y no puede admitir que un caricaturista le gaste una broma o un articulista, con razón o sin ella, lo critique.

 En lugar de comportarse como un servidor público, seleccionado para cumplir y hacer cumplir las leyes, como corresponde a un ordenamiento republicano, Correa se jacta públicamente de desobedecer las reglas del Consejo Electoral y del Parlamento, porque le parecen “obsoletas”. ¿Por qué el ciudadano de a pie tiene que someterse a las leyes y el presidente está exento de esa obligación?

 Ya Correa explicó que, como había sido elegido Presidente, era, al mismo tiempo, el jefe del Poder Judicial y del Legislativo, de toda la nación. O sea, el déspota ilustrado, dueño de las instituciones, el tirano benévolo de la razón y el orden, que imponía su buen juicio en beneficio del pueblo, como aquellos monarcas del antiguo régimen felizmente desplazados por la democracia liberal tras las revoluciones del siglo XIX.


 Correa terminará su mandato en el 2017. Si no rectifica acabará siendo tremendamente impopular. Ya se le ve la oreja al lobo. Sería una pena.

lunes, 17 de febrero de 2014

Gustavo Dudamel o el atroz encanto de la venezolanidad


Carlos Goedder .- En medio de la insurrección civil venezolana, a la cual no da soluciones ningún político ni de Gobierno ni de Oposición, se ha encontrado un chivo expiatorio: el director Gustavo Dudamel.

Escribo este artículo mientras Venezuela se ha convertido en campo de batalla. Los estudiantes venezolanos han salido a protestar contra la tiranía chavista, incapaz de darles lo mínimo necesario para sus proyectos vitales: comida, seguridad ciudadana y no menos importante, LIBERTAD. 

Ha sido una nota de dignidad que ha estado esencialmente ausente en una Venezuela absorta en la supervivencia (haciendo filas interminables para cazar alimentos escasos en supermercados) o bien en colocarse en dólares baratos haciendo arbitraje con el tipo de cambio oficial. Apostaría que el 50% de los adultos indignados venezolanos lo están precisamente por las crecientes restricciones que en 2014 se han generado para conseguir esos dólares subsidiados: escasez de boletos aéreos que son necesarios para el ansiado “cupo” de dólares (regalados a un precio equivalente a menos del 10% del precio de mercado); prohibición de enviar divisas hacia Colombia, paraíso de los negociantes del dólar, cuya proximidad geográfica permite inventarse compras falsas, espurios envíos de remesas a parientes y toda una gama de ingeniosas formas para enriquecerse gracias a un estúpido control estatal que lleva una década en vigor. 

Este modelo de apropiamiento de dólares está vigente en Venezuela desde 1983, con agencias estatales como RECADI, luego la OTAC y ahora CADIVI. Se ha tolerado gobiernos corruptos, ineptos y tiránicos por mantener este festín colectivo de robo e inflación. Así que la protesta de los estudiantes ha sido una ansiada nota de dignidad y moral en medio de una sociedad que lleva décadas inmersa en este tipo de negocios, alcoholizada o inmersa en fiesta, donde un grupo minoritario de personas intenta buscarse la vida honestamente.
La inmolación de estos estudiantes recuerda Abril de 2002, cuando la insurrección popular logró deponer el chavismo. A las 48 horas volvía Chávez al poder, en algo que podría ser un guión de Fellini pero no, fue real. Los políticos opositores a Chávez y los militares custodios del orden constitucional sencillamente no se pusieron de acuerdo sobre cómo repartirse el poder y colocaron de nuevo al aspirante a Fidel Castro, quien desde entonces recrudeció su militarismo, intolerancia y violencia. Sus grupos armados, “tupamaros” andan sembrando terror paramilitar por las calles venezolanas hoy día. Dolorosamente, en este momento vuelve a ocurrir lo de 2002: los políticos de la Oposición andan sin un liderazgo claro y el candidato que se dejó arrebatar su legítimo triunfo presidencial en 2013, cree estar haciendo política en Disneylandia y desperdicia una oportunidad histórica (sus declaraciones están en http://mexico.cnn.com/mundo/2014/02/15/los-venezolanos-no-somos-violentos-dice-capriles-a-manifestantes). 

Mientras la tiranía masacra estudiantes,este Capriles dice que «La protesta no tiene por qué ser anarquía», en un momento en que la desobediencia civil es el único camino civilizado para deponer el inepto totalitarismo venezolano. Los opositores llevan una década sin aceptar un mando único. Probablemente varios estén sobornados como ya lo estuvo hace una década un pseudo-opositor de Chávez, Francisco Arias Cárdenas, quien hoy día es diplomático del chavismo ante la ONU. La sangre derramada de Abel clama por unos políticos medianamente operativos que lleguen a un acuerdo para hacer una Transición ordenada que deje atrás un Desgobierno cuyos únicos logros han sido inflación, escasez, corrupción, violencia (Caracas es la tercera ciudad con más homicidios en el mundo y Barquisimeto la novena), sometimiento al imperialismo comunista cubano y emigración masiva.

No obstante, en medio de esta situación, las redes sociales venezolanas han encontrado un culpable para dirigir toda su furia: el director orquestal Gustavo Dudamel. Casualmente él es portada de la revista BBC Music Magazine este mes, elogiando su titánico trabajo con la Filarmónica de Los Ángeles. En su país se opta por boicotearlo y colocarlo como blanco de cuanto insulto y manifiesto se ocurre en Facebook o Twitter.

El 12 de febrero, Día de la Juventud en Venezuela, Dudamel tenía programado un concierto oficial conmemorando el aniversario de las Orquestas Juveniles Venezolanas, “El Sistema”, originado el 12 de febrero de 1975 y liderado desde entonces por José Antonio Abreu (entre muchos reconocimientos, este Sistema cuenta con el Premio Príncipe de Asturias). Las orquestas tienen apoyo estatal desde la FESNOJIV (Fundación del Estado para el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela). Lógicamente, el concierto conmemorativo tuvo invitados del Gobierno. Ese mismo día y en simultáneo estaban ocurriendo los primeros choques del Gobierno con los estudiantes, quienes a su modo celebraban el mismo Día de la Juventud. Vaya uno a saber si Dudamel, inmerso en las responsabilidades de un Concierto y probablemente recién bajado del avión, se enteró de lo que pasaba mientras dirigía. En cualquier caso, cumplió su concierto.

Una distinguida pianista venezolana, Gabriela Montero, residente en el exilio, encendió la mecha. Señaló en su twitter -y se hizo eco de ello tanto la prensa tanto internacional como venezolana- que escribiría una carta a Abreu y Dudamel condenando que hubiesen dado ese concierto. 

La carta sinceramente luce como un texto poco meditado y más bien hecho por impulso. Está en http://www.el-nacional.com/escenas/Gabriela-Montero-dirigio-Dudamel-Abreu_0_355764573.htmlA partir de allí se eligió el nuevo chivo expiatorio. Otro venezolano en el exilio, el destacado economista Ricardo Hausmann, fue más allá y dejó a un lado el tono respetuoso de la crítica hecha por Montero. Dijo sobre Dudamel esta perla: “Es un gigante de la música pero un enano de la moral” (ver http://www.elnuevoherald.com/2014/02/14/1680045/dudamel-enfrenta-criticas-en-venezuela.html). A partir de allí Facebook, Twitter y cuanta red social usen los venezolanos (mientras no se las apague Maduro) se llenó de mensajes contra Dudamel. En el Facebook de Carlos Alberto Torres Fletcher se colocó una foto de Dudamel al lado de Maduro y se pidió traducir a cuánto idioma manejen los venezolanos en el exilio un texto de boicot, por demás tampoco elaborado con solvencia y cercano más bien a la consigna simplificadora que tanto éxito tiene en tiempos violentos (https://www.facebook.com/photo.php?fbid=10151913017997021&set=a.95686952020.97148.549497020&type=1)
¿Por qué elegir a Dudamel como blanco?

Lo primero que merece un comentario es lo siguiente. Evitando caer en la falacia de juzgar a la persona y no a la idea, hay algo claro: ni Montero ni Hausmann trabajan en Venezuela. Se marcharon de allí. Dudamel, teniendo la dirección de la L.A. Phil, con un hijo estadounidense, con acceso a los podios de la Filarmónica de Berlín y Viena por poner apenas dos nombres, siendo ex director de la Sinfónica de Gotemburgo y seguramente el próximo Karajan, sigue yendo a su país a formar músicos, dirigir orquestas y grabar discos. El sello discográfico Deutsche Grammophon graba los discos de Dudamel y la Sinfónica Simón Bolívar en Caracas, tomando riesgos auténticos para la integridad física del equipo que hace la grabación. Montero y Hausmann indudablemente ponen en alto el gentilicio venezolano con su destacado trabajo. 

No obstante, creo que vale para Montero recordarle el hecho de que Dudameles un colega músico y tanto a Hausmann como a ella que él si sigue trabajando en su país, lo cual merece algo de respeto. Me temo que la frustración y el dolor ante lo que ocurre en Venezuela hicieron que alguien tan políticamente correcto y brillante como Hausmann dijese esta desafortunada frase o quizás se le citó mal. En cualquier caso, hay muchos enanos morales en Venezuela. No creo Dudamel entre en esa categoría. Y también hay muchos enanos morales en el exilio venezolano, quienes a diferencia de Montero o Hausmann nada útil hacen, salvo disfrutar los dólares que saquearon al erario venezolano antes de Chávez y presumir ahora de adalides morales ante el chavismo. En Venezuela se roba y se viola el derecho desde hace décadas. 

El chavismo es el epílogo y el aquelarre final de esa tendencia. No obstante, muchos venezolanos que hoy se rasgan las vestiduras antes los despropósitos del chavismo son los mismos que doblaron la cerviz cuando Jaime Lusinchi impuso a su amante Blanca Ibañez en el Gobierno de Venezuela, le puso traje militar y amparó todas las corruptelas imaginables, no sólo de dólares preferenciales sino hasta de comercializarcon un complejo residencial oficial que llevaba el nombre del Papa Juan Pablo II. Muchos de los adalides de la moralidad venezolana también robaron dólares bajo el desgobierno de Rafael Caldera entre 1994 y 1998. Millones de venezolanos asistieron impasibles al avance de la exclusión social y la miseria en su país, tolerando gobiernos corruptos, como buenos latinoamericanos. Así que muchos han tenido la música de la fiesta encendida durante la hecatombe venezolana. Montero y Hausmann escapan a esta tendencia. 

Son venezolanos con sólida ética de trabajo y quienes tuvieron que salir del país para poder alcanzar las alturas profesionales que merecen. Hausmann intentó desde las políticas públicas revertir el rentismo petrolero, trabajando en el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, por cierto la única administración que hizo algo serio en Venezuela desde 1973 – tiene mérito que el propio Pérez enmendase las desastrosas políticas protochavistas que condujo durante el boom petrolero de los años setenta. Venezuela clamó por su rentismo y se sacó a Pérez para colocar a Caldera y Chávez. Hausmann tuvo que buscar refugio en prestigiosos organismos multilaterales y Harvard. Y menos mal que lo hizo y ha seguido produciendo maravillosos trabajos académicos sobre Venezuela. Montero no pierde ocasión de clamar en los escenarios internacionales por los desmanes de la tiranía venezolana, al mismo tiempo que rescata el arte de la improvisación pianística y toca con titanes como Martha Argerich. No obstante, Dudamel no está haciendo menos que ellos por Venezuela. Me atrevería a decir que está haciendo incluso algo más y merece la mayor consideración. Veamos por qué.

Dudamel forma parte del Sistema de Orquestas Juveniles. Este joven humilde con un padre músico, tuvo la protección de José Antonio Abreu y desde los doce años trabaja en el podio. Triunfó en un gran concurso internacional, se convirtió en el primer venezolano fichado por DeustcheGrammophon y ganó la admiración de toda la escena musical internacional. Con su trabajo, logró poner en las mejores grabaciones y salas de concierto al Sistema de Orquestas Juveniles fundado por Abreu. Tocó la suerte de que un programa social, iniciado en 1975 para promover la educación ciudadana desde la música y combatir la exclusión social, tuvo en sus filas a un auténtico genio musical como Dudamel, a uno de los “predestinados” de que hablaba Schumann. El fallecido Claudio Abbado, Daniel Barenboim, SimonRattle, la hija de Leonard Bernstein, todos han quedado cautivados por el genio de Dudamel. 

Ha puesto en el mapa musical mundial a Venezuela. Y apréciese lo siguiente: Dudamel tiene todo para hacer una vida feliz lejos de Venezuela. Tiene trabajo y dinero garantizados para toda una vida artística. No obstante, “The Dude” como le llaman cariñosamente en EEUU sigue trabajando en su país. El coste de oportunidad es alto: tuvo que dejar su podio de Gotemburgo por falta de tiempo y seguramente lo habría mantenido si hubiese abandonado la Orquesta Simón Bolívar de Venezuela, donde ni remotamente gana el salario y tranquilidad suecos. La salida fácil para Dudamel era hacer un berrinche: protestar contra Chávez o Maduro, ganar buena prensa por ello, quedar en el extranjero como un adalid de la libertad, atraerse buen apoyo del adinerado sector conservador de EEUU que patrocina orquestas y hacer su vida de American Dream. No obstante, Dudamel, como buen músico, tiene la combinación exacta de pasión y mesura. ¿Puede un hombre sensible, un gran músico estar impasible ante la tiranía venezolana? Quien piense esto desconoce cómo piensa un gran artista. Dudamel ha preferido actuar como un revolucionario, en lugar de como un rebelde. 

Déjenme explicar el cálculo mental que apuesto hizo Dudamel. Logré comprenderlo cuando yo mismo me molesté mientras lo veía tocar en el funeral de Chávez ante Raúl Castro y Ahmadineyad.
Si Dudamel arma su berrinche, hará un gran daño al Sistema de Orquestas Juveniles Venezolano. Desde 1975, coincidiendo con la época de mayor declive moral que haya tenido Venezuela, mediante el saqueo sistemático de la renta petrolera, Abreu logró que el Gobierno hiciese algo de política social sacando a los jóvenes venezolanos de la marginalidad cotidiana mediante la música. Quien desee entender el impacto de este Sistema de Orquestas Juveniles debe leer una obra que reseñé en otro artículo, 

ChangingLives [Cambiando Vidas] de TriciaTunstall (W.W. Norton & Company,2012). Lamentablemente no está en castellano. Vayamos a las cifras para que se vea la escala de El Sistema: “En un país con una población ligeramente por encima de los 28 millones de habitantes, aproximadamente 370.000 niños y jóvenes actualmente forman parte de El Sistema.” (p. 36). Y se complementa ese dato con esto:
“El número de niños del Sistema [de Orquestas Juveniles] que viven en pobreza es estimado entre 70 y 90 por ciento. Para todos los niños, este programa es completamente gratis, proveyendo instrumentos, maestros, uniformes y otros servicios nutricionales y sociales al mismo tiempo. 

De acuerdo a Patricia González, una representante del Director Ejecutivo, Eduardo Méndez, el presupuesto total de FESNOJIV para 2010 fue de aproximadamente USD 120 MM. La gran mayoría de esta suma viene del Gobierno Central; otras fuentes incluyen donaciones privadas y rendimientos de interés sobre cuentas bancarias. Un reporte preparado por el Banco Interamericano de Desarrollo [donde trabajó Hausmann por cierto], el cual ha apoyado a FESNOJIV con préstamos sustanciales, cita evidencia de que los participantes en El Sistema tienen mejor rendimiento académico y menos problemas de conducta que los jóvenes venezolanos que no son parte del Sistema. La tasa de deserción de la educación secundaria para los adolescentes venezolanos es superior al 26 por ciento, pero para los participantes en el Sistema la tasa baja a 6,9 por ciento.” (p. 37)

Cuentas, no cuentos. Y ahora cedamos la palabra al propio Dudamel en la otra entrega que protagonizó de la Revista BBC Music, en junio de 2008. Sobre los jóvenes de El Sistema, el director decía: “Ellos no tocan porque sea su trabajo; ellos tocan porque es su vida. Aman su música. Como músico, necesitas sentir que estás disfrutando lo que estás tocando y eso irá a la audiencia.” (p. 29) Y mira por donde en la misma página se cita una declaración hecha en 2004 por Gabriela Montero sobre los muchachos de la Orquesta: “Estos músicos devoran la música clásica con la misma energía y fuego con la que encienden la pista de baile cuando danzan salsa. Esa energía es lo que hace su interpretación tan revitalizante.”
Luego, me parece que Dudamel ha sido lo suficientemente prudente, sabio y responsable como para tragarse el dolor por el Gobierno que tiene Venezuela, más agudamente perceptible para quien como él lleva años integrado en sociedades del mundo desarrollado. 

Ha preferido seguir trabajando para que casi 400.000 humildes muchachos venezolanos escapen del destino al que les ha sometido la política pública venezolana desde hace décadas: morir de hambre, sumarse a una pandilla, traficar drogas, morir asesinado por resistir que les roben un par de zapatos o entregarse a la autodestrucción. Y plantearse esta ecuación mental de responsabilidad hacia el prójimo, de solidaridad y empeñar en ello la vida es algo que merece respeto, de Montero, de Hausmann y de todos los que están acribillando a Dudamel y buscando le destruyan en los medios periodísticos internacionales. Me imagino cuántos compatriotas venezolanos envidiarán los logros de Dudamel y buscarán dañarle, colocándose esta oportunidad como la perfecta (destaco:ni por asomoes la envidia un motivo para Montero o Hausmann. Ellos no son de esa índole). Dudamel le recuerda a muchos venezolanos que pueden elegir otra vida. Es una prueba de que puede triunfar otra cosa que no sea la corruptela y complicidad con los ladrones del sector público. La avalancha de vilipendios hacia él en las redes sociales recuerda algo que escribía el mismísimo maestro de Simón Bolívar, Simón Narciso Rodríguez, en su Defensa de Bolívar de 1830: “Sólo en la América Española se duda del mérito de un hombre por ser americano… Este ejemplo lo han tomado los colonos de la madre patria: en ningún lugar vale menos el talento de un español que en España."

Admiramos a los jóvenes que están ahora exponiéndose a la muerte y en más de un caso entregando efectivamente la vida ante el  cobarde totalitarismo venezolano. Ahora bien, ¿No son los jóvenes de las Orquestas Juveniles otros luchadores no menos dignos? En una sociedad que promueve la riqueza fácil, el oportunismo más ramplón y la violencia, han optado por hacer música y abrir ese mundo a su entorno inmediato: familia y barrio pobre. Diariamente, desde 1975, los jóvenes venezolanos de las Orquestas están protestando contra la inmoralidad venezolana empuñando como arma un instrumento musical. Y esto también demanda mucho sacrificio y riesgos cotidianos, mucha voluntad y convicción. Como la que demanda salir a jugarse la vida en medio de una sociedad aturdida por el robo, el alcohol, la violencia y el hambre, donde los políticos jamás incluyen en sus cálculos otra cosa que sus cuentas bancarias y su poder burocrático.

En la reconstrucción venezolana, se precisa del acuerdo y trabajo en equipo por gente como Montero, Hausmann y Dudamel. Que se organicen y trabajen en armonía es necesario para un proceso durísimo que vivirá Venezuela cuando acabe esta anarquía propiciada por verdaderos enanos morales como Lusinchi, Caldera, Chávez, Maduro, Cabello y secuaces. Si ceden a la cultura chavista de odio, división y muerte sólo prolongarán el sufrimiento en Venezuela por más generaciones. Las cartas y tachaduras de inmoralidad deben ir hacia los políticos de Oposición venezolana, cuya ineptitud, miopía y comodidad están colocando en riesgo una nueva oportunidad histórica para Venezuela. La Oposición en Venezuela carece de proyecto para su país, se destaca por su ausencia de propuestas. Al menos Rómulo Betancourt, cuando combatió las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez hizo el ejercicio de exponer su visión sobre el gran problema venezolano, el rentismo petrolero. Desde esa reflexión sistemática, plasmada en el libro Venezuela, Política y Petróleo de 1956, ningún líder político venezolano ha hecho un ejercicio intelectual de políticas públicas semejante. Capriles no lo ha hecho tampoco. Y el elector percibe esa flaqueza y varios temen que la Oposición sea otro salto al vacío.

Muchos acusan a Dudamel de tocar música durante una matanza. Apostaría que él sufrió bastante durante ese concierto ineludible. Por el contrario, millones de venezolanos han tenido una “buena rumba” mientras Venezuela apostaba decididamente por la exclusión social latinoamericana, teniendo todo para ser un país que viviese como Noruega o Canadá gracias a la renta petrolera. La atronadora música y el güisqui siguen vigentes en una Venezuela llena de inmoralidad colectiva, donde hay bastiones de resistencia en una minoría de gente que puede decir auténticamente “yo no he robado, yo no me he metido en cargos públicos para saquear, sencillamente he dedicado mi vida a trabajar, educar a mis hijos y mantener una familia virtuosa.” Y cada venezolano de estos ha hecho una lucha tan significativa como la de los jóvenes de las orquestas y los estudiantes masacrados esta semana.

Las Orquestas Juveniles tienen el gran punto débil de toda la moral colectiva venezolana: dependen del Estado, dependen del poder económico de un Gobierno que administra a su capricho la renta petrolera, cuya captura es el afán cotidiano de la mayoría venezolana. No obstante, al menos usan su porción de renta para construir algo de calidad de vida y ciudadanía en un país empeñado en la autodestrucción.
Bogotá, Febrero de 2014


miércoles, 12 de febrero de 2014

OPINION: El capital moral: la base de la confianza

ALMO.- PERCY AÑEZ CASTEDO Desde La Riqueza de las Naciones (1776), Adam Smith rompe con la visión newtoniana de entender la mano de obra como mera capacidad de fuerza bruta e incluye todas las capacidades adquiridas por los habitantes de un país como su capital más importante. Después del legado del ilustrado escocés, durante mucho tiempo, solo hubo continuadores de su teoría.

Recién a mediados del siglo XX, Theodore Schultz, fue quien superó la diferencia entre capital y trabajo bajo la formulación del concepto de Capital Humano. Un pensamiento verdaderamente revolucionario, ya que en gran medida, gracias a él, hoy nuestras empresas entienden o al menos aceptan la importancia de que el dinero que se gasta en la educación, salud y formación del trabajador no es gasto, sino inversión. El trabajo deja de ser una capacidad medida en términos de fuerza bruta, para convertirse en el objeto de las inversiones, entendiendo que todas las mejoras laborales sirven para alcanzar mayor productividad, y cómo no, tener una idea más amplia de dignidad humana. A partir del concepto de Capital Humano surgen importantes derivados.

Thomas Stewart definió el Capital Intelectual como los activos intangibles que permiten funcionar una compañía, y podemos atrevernos a decir que también una sociedad. Para Stewart el conocimiento es capital porque se acumula y puede ser almacenado para su uso. Asimismo, Robert Putnam y Francis Fukuyama, son los padres del concepto de Capital Social, que se basa en las normas recíprocas de conducta, especialmente en la actitud de confianza. Un entorno empresarial y social donde la palabra constituye una obligación, donde cada quien cumple su promesa, desarrolla relaciones de trabajo fluidas, se reducen los costes de transacción y el éxito es casi seguro.

Llegar a comprender que el beneficio que genera la confianza sí puede ser calculado, es primordial para eliminar las trabas diarias que aquejan nuestras transacciones y emprendimientos. Consideremos todo lo que se gasta en notarios, abogados y trámites burocráticos. Desde la escolaridad se nos enseña maneras de cómo desconfiar, pero no cómo uno puede volverse confiable y serlo verdaderamente. Cuando podamos intuir o medir el costo social que genera la falta de confianza, empezaremos a fomentarla. Ahora bien, no se trata simplemente de confianza, sino de ser digno de ella, caso contrario, estaríamos obligados a añadir en este punto a narcotraficantes, mafiosos u otros grupos irregulares que funcionan también bajo el criterio de la confianza.

Alejo Sison considera que el incremento de la confianza genera cohesión social, facilita las iniciativas empresariales e impulsa la competitividad económica, pero observa que debe haber algo más allá de la confianza, algo que sea la verdadera fuente de valor entre las personas, e identifica el Capital Moral. Para Sison no hay capital humano, intelectual o social que sea capaz de suplir la carencia de capital moral. Sin el capital moral, todas las formas de capital que se erigen como fortalezas organizativas pueden convertirse en causas de la propia destrucción. 


Por ello, contar primero con capital moral en una colectividad, hace que sea más fácil conseguir capital humano, intelectual y social, no al revés. En otras palabras, la formación ética y antropológica está por encima de los saberes de carácter técnico; estos últimos deben estar subordinados, no por una condición de inferioridad, sino porque las formas de capital humano aisladas del capital moral pueden tomar una deriva peligrosa y nociva para la sociedad.